sábado, 7 de junio de 2014

Tokio blues

Japón es un destino que nos seducía. La oportunidad de visitarlo la ofrecía la cercanía, pero era relativa. Nos separaban 9 horas de vuelo desde Singapore, incluida una larga escala en Pekín. En cualquier caso, la imprevista escapada nipona,  era mucho mas asequible desde Asia que desde Europa; por eso, además de por una alta concentración de novelería en vena, bajo un techo de palmera balinesa presionamos ENTER y salimos despedidos a Tokio. 

Fue la antítesis. Era inevitable y se preveía el shock. Treinta y cinco millones de personas concentradas en la mayor megalópolis del mundo, casi doblando la población Ciudad de México o Nueva York. Tokio se organiza en estratos verticales. Desde una red de metros subterráneos, se pasa a otra exterior a ras de suelo, y a una tercera aérea. Algo similar sucede con las vías peatonales: pasajes subterráneos, paseos exteriores o puentes y plataformas aéreas que interconectan edificios o esquivan glorietas, cruces de calles o avenidas. Esta estructura enmarañada condiciona un Tokio de recovecos que resulta perfecto para que toda alma encuentre su escondrijo: luminosos, lúgubres, futuristas o tradicionales. Una amalgama que coexiste para el deleite de los sentidos.

En un entorno artificial, superpoblado y sin aparente escape, se observa como el individuo se protege con herramientas que le permitan distinguirse: le gusta pertenecer a un grupo y se viste y actúa para hacer patente esa distinción. El escaparate es la calle, el metro y las miles de imágenes que asaltan la retina en cada esquina, para que adictos al manga,  la moda o la  tecnología  observen, codicien, compren y copien.

Lost in translation, analfabetos de golpe, y punto de mira cientos de ojos que observan y sonríen al que es diferente, pero poco más, porque la barrera del idioma nos separa. El japonés urbanita es curioso y le gusta alternar. Después del trabajo abandona su rictus, deja de ser el alemán de Asia y esconde corbata y guante blanco para ir al bar de la esquina a fumar, porque en la calle le está prohibido. Luego tapea en el Chueca, o Triana de turno al más puro estilo español, con la misma chispa pero sin salero, con menos fino pero más sake. 

Olé por los guachinches bajo la estación de Yurakucho, por la comunicación por signos y el pescado crudo. Olé por nuestro apartamento Japo en Shinjuku, sus 20 metros cuadrados, y los terremotos escala 4. Olé por Asakusa y sus templos, por la hoja del Ginko, y el maguro en Tsujuki. Olé por las muñequitas manga en Takeshita, por los frikis de Akihabara, y por los ejecutivos de Shibuya. Olé por todos ellos, por ser un pueblo que históricamente ha sabido bajar la cabeza, levantarse y volverse a caer y, a pesar de todo, seguir sonriendo al forastero… aún sin comprenderlo. 

Arigatogozaimashita

Shibuya crossing

Hakone. Lago Ashi

Tokio Jazz

Ofrenda de barriles de Sake en Meiji Shrine

Chochos y moscas

Blanca y Radiante 

Akihabara freaks

Asakusa

Deseos

... a por tapas

Chop-sticks

Amigas en Takeshita Dori

Ginza

Ginko y Pagoda

Madre orgullosa

Ayer y hoy

Ginko