martes, 2 de septiembre de 2014

Sueños de Indochina

Eran casi las diez de la noche cuando el avión procedente de Ho Chi Minh finalmente tocó tierra en Ha-Noi. El vuelo había sido movido. En el cielo Vietnamita se desataba una tormenta monzónica con gran aparataje eléctrico  y una lluvia espesa golpeaba las puertas del aeropuerto. Las instrucciones eran claras, anotar la dirección en un pedazo de papel y entregársela en mano al taxista: Ngo 25, Xuan La. 350.000 Dongs. El precio también convenía anotarlo para evitar timos. El hombre nos miró de soslayo y mediante un gesto de cabeza nos indicó que entráramos en el coche. Un estruendo metálico resonó en el cielo y de golpe la lluvia cayó aún con más rabia forzando nuestra entrada precipitada en el taxi, como si el trato con el conductor quedara sellado por los truenos. El trayecto duró algo más de media hora. Los suburbios de Ha-Noi estaban a oscuras por la tormenta, las callejuelas vacías, sucias, repletas de restos orgánicos, y el agua que escurría de las cubiertas de zinc de las casuchas anegaba las vías dando un aspecto sórdido y siniestro al barrio de Xuan La. El coche se detuvo en el sitio menos esperado. Un enorme edificio contrastaba con las decrépitas casa de una planta que se engarzaban una a la otra mediante marañas de cables. Seguíamos a oscuras cuando el conductor detuvo el coche para indicarnos que habíamos llegado a nuestro destino. Mirabamos alrededor mientras asimilábamos nuestra embarazosa situación. Sin percatarnos alguien escrutaba nuestra llegada desde el piso 16 del gran edificio, justo desde el que nos habían indicado que fuéramos.


Hanoi 6 a.m. Lago Tây 

A las seis de la mañana Ha-Noi rugía literalmente a nuestros pies. El cielo estaba azul, ni rastro del monzón, de la tormenta ni del desazón inicial de la noche anterior. Las calles aparecían secas y con la vista de pájaro que ofrecía el balcón del apartamento donde habíamos dormido, se observaba un río de gentes de acá para allá iniciando su deambular cotidiano. Al fondo, el lago Tây. Bajo el edificio, más al sur, por donde se amontonaban la basura en la noche, la calle se había transformado en un bullicioso mercado de frutas y verdura. 

No era un sueño, había pasado. La noche nos envolvió y los acontecimientos se fueron sucediendo en cascada. En el piso 16 de Ngo 25 nos esperaba un pequeño comité de bienvenida. Un grupo de españoles expatriados y residentes en Hanoi nos esperaba con cerveza  fría y cálidos abrazos. Perfectos desconocidos y de pronto, nuestra familia en Ha-Noi. Es algo a lo que cuesta acostumbrarse, personas que sin más te ofrecen sus casas y su protección. Tal vez contagiados por ese hábito asiático, o tal vez siguiendo su rutina laboral de ayudar y ofrecer,  Araceli y Alex nos dieron todo. Ahí, en pleno corazón de Xuan La, establecimos un nuevo hogar. 

Cuando se vive fuera del perímetro de seguridad que ofrecen el hogar, la familia y los amigos, se adopta un peculiar estado de confianza autoinducida que ayuda a sobrellevar el trance del desamparo. Esa confianza permite establecer vínculos afectivos con algunas personas que se van conociendo durante la ruta y que acaban influyendo de alguna manera. Cuando se vive viajando es una actitud que aparece espontáneamente, tal vez inducida por un pulso subconsciente que se obstina en demostrarnos que somos seres sociales y que nos necesitamos unos a otros. Vietnam llegó a nosotros de esa manera tan inesperada y lejana. No estaba en la ruta, pero la fortuna nos vincluló en Indonesia con dos cooperantes españoles que vivieron expatriados cinco años en Hanoi. Patri y Mendi nos animaron a conocer Vietnam, su Vietnam, mientras  pasaban unas semanas en Bali con su recién adoptada hija Vy, donde se preparaban mentalmente para dejar atrás Asia y empezar de un nuevo proyecto de cooperación Internacional en Ankara. No tenemos más que palabras de gratitud hacia ellos y a los amigos que dejaron atrás en Hanoi y que nos acogieron como hermanos. Todos grandes seres humanos dedicados profesionalmente a la ayuda al prójimo. Una suerte de cooperantes de Cruz Roja, Naciones Unidas y otras ONG’s impulsando planes para la inserción social de discapacitados o para hacer valer los denostados derechos de la mujer Vietnamita.  

Con ese preámbulo de generosidad y entrega nos adentramos a corazón abierto en ese maravilloso país. 

Ha-Noi sorprende por su carácter de pueblo, a pesar de vivir en él seis millones y medio de almas. Abundan el agua y los lagos. También pasajes estrechos en cuyas calzadas se improvisan comedores en butacas a la sazón de los mejores chefs callejeros del país. La cultura culinaria de Vietnam es en mi opinión su mayor activo. Su gente tienen una manera única de combinar sabores. Abunda una gran variedad de hierbas frescas en sus platos, con verduras, pescado o carnes, en su justo punto de cocción y con el equilibrio preciso de aromas y especias. Adentrarse en el Old Quarter en bicicleta y sentir el latido de la calle resulta inolvidable. Al atardecer a las riberas de los lagos donde nunca nadie se baña, hay multitud de bares y restaurante flotantes. Se conocen como Bia Hoi’s. Se come y bebe cerveza en abundancia por muy poco dinero. Es frecuente recibir invitaciones de los vietnamitas que comen en las mesas vecinas que gustan de mostrarse cordiales y generosos. 

Agricultor en Sapa. "Ya esta...ya no planto más arroz"

A ocho horas en tren desde la estación central de Ga Ha-Noi,  se llega a Lào-Cai. Conviene salir a la noche para dormir durante el trayecto a la merced del traqueteo de las vías, de esa manera las cucarachas y la estrechez se hacen mas llevaderos. Láo-Cai es famosa por ser paso fronterizo con China y porque es el punto de partida para visitar las montañas y arrozales de Sapa. Situada a 1.800 m de altitud, los 25 ºC de Sapa suponen un alivio del agobiante calor de la llanuras costeras de Indochina. Las etnias rurales Dao Do, H’mong y Tay esculpen un paisaje de terrazas para el cultivo de arroz, que es la seña de identidad de Sapa y sus pueblos vecinos, Ta-Van y Ta-Phin. Las mujeres H’mong derrochan desparpajo. El hombre pasa desapercibido tal vez eclipasado por la hiperactividad de ellas. Ataviadas como hace siglos, cuidan de los niños, atienden los arrozales, tejen ropas, venden y compran, e interactúan amablemente con los viajeros invitándoles a visitar sus poblados y casas. Fue sobrecogedor compartir unas horas con ellas, ver sus cocinas, sus camas, su  modo de organización familiar y la manera de atender a sus hijos. Llegó el momento inevitable en el que nos ofrecieron comprar sus artesanias. Nosotros, con ánimo de ayudarlas y no queriendo engordar nuestro ya abultado equipaje,  optamos por darles un donativo a cada una de las  siete mujeres que nos habia acompañado toda aquella tarde. Ellas tras aceptar y entender nuestra condicón, comenzaron a sacar de sus bolsitas pequeños regalos en que nos fueron entregando señal de agradecimiento. El intercambio no supo a frío comercio, sólo percibimos afecto y agradeciemieto recíproco.


Halong Bay. Patrimonio de la Humanidad

De vuelta de las montañas a Ha-Noi tomamos rumbo Este hacia la ciudad de Hài-Phòng desde donde hicimos un trayecto en lancha rápida por el delta del Río Rojo hacia la isla de Cat-Ba. Llovía a raudales y al llegar apenas nos dimos cuenta de la peculiaridad del lugar. Embarcamos de nuevo, esta vez en una especie de casa flotante donde recorreríamos la bahía de Halong durante cuatro días. Es difícil describir el paisaje en el que nos vimos inmersos. Por los caprichos del bajo monzón, la lluvia y la niebla se disiparon dando paso a un cielo azul intenso y a un mar en calma salpicado por enormes pináculos calizos que conformaban un laberinto de playas, ensenadas y grutas que nos envolvieron de golpe. En las zonas de la bahía más resguardadas de los tifones observamos pueblos de pescadores sin mas terreno que sus propias embarcaciones. Sobre el agua viven, crían peces, duermen, van a la escuela e incluso cosechan hortalizas. Hoy en día conviven en la bahía cerca de 1.000 personas. Desde 1994, año en que Halong bay se decreto Patrimonio del La Humanidad por la UNESCO, el número de habitantes va en continuo descenso por los planes estatales que tratan de reinsertarlos desde sus pueblos flotantes al continente. “…del barco al apartamento”. Nos contaban los locales que el choque cultural se hace insalvable. El gran impacto ambiental que degrada la bahía es notable, siempre bajo un denominador común en Asia: La ausencia de educación ambiental y una precaria gestión de residuos. 

De regreso al continente iniciamos nuestra ruta al sur, volamos a Da-Nang y desde ahí disfrutamos de la pintoresca ciudad costera de Hôi-An. Supuso un bálsamo para los sentidos. De nuevo aromas y sabores en un entorno  idílico. El casco antiguo se cierra al tráfico a las cuatro de la tarde, y espontáneamente surgen infinidad de pequeñas cocinas callejeras bajo la luz de miles de lámparas de papel que adornan calles, puentes y canales. Es el lugar perfecto para zambullirse de pleno en la gastronomía Vietnamita. Hôi-An ha profesionalizado el turismo culinario y se enorgullece de brindar escuelas de gastronomía de renombre en todo el país. 


Tienda de lámparillas de papel en Hoi-An


Nuestra senda hacia el sur nos llevó a Ho-Chi-Minh City; para los Vietnamitas la ciudad es el símbolo de la resistencia y reunificación de Vietnam del Norte con el Sur tras la guerra con los Yankees. Para éstos, la entonces Saigón significó la base militar, el lugar de depravación y el prostíbulo americano durante la guerra. Para nosotros la ciudad pasó sin pena ni gloria, suponiendo casi exclusivamente el punto de partida para visitar el delta del río Mekong.  El delta es inmenso y sobre el fértil  sedimento aluvial se produce la mayoría de las frutas y hortalizas que consume el país. De nuevo observamos cómo el ser humano se adapta a la vida en el agua, que se convierte en el medio que todo lo sostiene. 

Las últimas semanas en Vietnam fueros complicadas, a nuestro viaje se unió un diminuto visitante inesperado que se alojó en el aparato digestivo de nuestro pequeño. La Salmonella es habitual y muy virulenta en Vietnam. No resulta nada fácil lidiar con fiebres, diarrea continuas y luchar contra la deshidratación mientras se vive en modo nómada. Volamos a Bangkok y tras varias consultas médicas infructuosas, el niño resultó finalmente ingresado en un hospital que nos ofreció todas las garantías. La enfermedad se soporta duramente en la lejanía del hogar, y más si se ceba con el mas pequeñito. Tragamos y vivimos una Thailandia no deseada y fue inesperada en todos los aspectos.  Vivimos la secuela del golpe de Estado militar que tuvo lugar en Bangkok la semana anterior a nuestra llegada. Se había establecido un gobierno provisional que suplantó a los dirigentes que habían sido elegidos democráticamente. Las pequeñas manifestaciones eran rápidamente disueltas y si no fuera por el toque de queda decretado entre las 22h y las 06h, y la alta presencia militar todo parecía funcionar con normalidad aunque el Ministerio de Asuntos Exteriores español a través de su página web desaconsejara viajar al país.

Nos hicimos fuertes en el hospital. Aree Jangruang, la novia thailandesa de mi primo Carlos, nos asistió continuamente y ejerció de familia  durante nuestra estancia. Otra vez la fortuna nos salvaba del desamparo. Tras doce días en Bangkok, vuelos perdidos y planes suspendidos, la mejor noticia; Oswald ganó la batalla y recuperó su energía. 

La certeza de que nos íbamos haciendo cada vez más fuertes y de que a pesar de todo estábamos experimentando los avatares que corresponden al tipo de vida que habíamos elegido, nos dio impulso para seguir la ruta. De nuevo improvisada. A golpe de Internet, con el beneplácito de un competente gastroenterólogo pediátrico, desde un hospital thailandés nos vimos comprando el vuelo que nos llevaría ese mismo día hacia la ciudad de Siem Reap en Cambodia. Improvisamos los visados y llegamos al corazón de la cultura Khmer esa tarde. Por la noche, sintiendo los latidos que nos llegaban desde Angkor Wat, nos aplicamos en respirar hondo y a agradecer al cielo nuestra fortuna. Nos regalamos un hotel lujoso, y en un tuc-tuc camboyano encendimos bengalitas y cantamos canciones camino de un precioso restaurante donde celebramos mi 45 cumpleaños. Disfrutamos de una romántica cena para tres y  fui consciente de  que recibía el mejor regalo posible: estabámos sanos, juntos y otra vez en ruta, con Indochina a nuestras espaldas y el mundo a nuestros pies.


Atardece en Xuan-La

Amigas

Marea vacia en Halong Bay 

Pescadores en Halong

B&B: Bici y Buey

San Telmo me ha hecho tanto bien....

Zurrando redes para eliminar algas


Grupo con niño planta arroz en Sapa

De paseo hacia el poblado H´mong con las chicas

Doble remiendo

Perfil de muchacha de la etnia  H´mong


Arrozales en Ta-Van

Niños se bañan cerca de Ta-Phin

Playa de Hoi-An. Los nativos se divierten

Las hierbas que acompañan todos los platos

Ofrendas de la suerte en el río de Hoi-An

¿Clientes o currantes?


Padre e hijos en el rio Mekong

Adaptation

La abuela y el travieso

Bangkok

Papi mira!

Oswald Jones en Angkor Tom

Monje y relieve

Dulce sueño Kmehr

Oswald escucha leyenda Kmher que le cuenta su madre

"Pobrecito...no tiene cabeza"

Hacia la Luz

Angkor Wat. Máxima expresión de la arquitectura Kmher 

Cambodia de frente y perfil



2 comentarios:

  1. que bonitas fotos y que guapos todos la foto de las puertas con el niño de espalda esta de concurso besos

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  2. Siento que puedo vivir una fracción de su experiencia a través de sus palabras. Gracias por compartirlas! Me alegro que Oswald ya esté recuperado y haya quedado en el olvido la mala pasada. Los espero con los brazos abiertos en Arg. Besotes Ale

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