¿Cómo contar lo que es Perú y no caer en tópicos? No quiero hablar de Incas, de Machu-Picchu, ni de rutas enlatadas. Sí de la intensa mirada del indio, la energía del lugar y del altiplano, que es seco, austero pero grandioso. Nos llamaba a gritos y a él corrimos buscando la tranquilidad que la ciudad nos quitó. El encuentro fue un portazo en las narices. “No tan rápido forastero”. En el mortero había maíz, quínoa, chuño, mate de coca, carne de alpaca y algo de oxígeno, pero poco. El blanquito europeo se resiente, y se vacía por dentro, literalmente, pero viene bien para comprender.
¿Qué dicen esas miradas? ¿Por qué no conecto?
¿Acaso no hablamos el mismo idioma? La respuesta es que no. Desde afuera con nuestras cámaras, y nuestras retinas viciadas, no vemos nada. No sentimos a la tierra como madre, ni entendemos el todo como un sistema equilibrado de esfuerzo y recompensa, de dame y toma. No desde nuestro sofá social. No creo que lleguemos a entender lo que es sufrir expolio cultural por mucho que lo critiquemos. Paradójicamente admiramos lo que destruimos a golpe de Visa, robando a cada pago una gota de la esencia auténtica.
¿Por qué no conecto? Porque es imposible si no se sufre con ellos, y esa es la primera lección que se aprende. No hay hostilidad, sólo somos diferentes. Visítame con respeto, ayúdame si quieres, pero no me pidas que sonría. Asimilada esa enseñanza, el indígena peruano se torna sensible, sabio y humildemente inspirador.
Los paisajes son inmensos, la luz parece divina, la tierra es árida y el clima extremo. El agua sólo se concentra en lo mas bajo de llanura altiplánica, a 3.800 metros. Ahí si hay mucha. El lago Titicaca aporta vida y sustento a sus más de mil kilómetros de costa, a Puno su urbe y a las islas de Taquile y Amantaní. La llanura la rodean más montañas, y entre tanto, pequeños pueblos de adobe en los que más que existir, se subsiste gracias a los animales, a la papa y al grano.
En el altiplano se vive muy cerca del cielo pero con los pies en la tierra, por eso el andar es pesado y falta el aliento. Como consecuencia, el cuerpo se ahueca, y alborotado, al espíritu no le queda otro remedio que reaparecer por algún lado.
¿Qué dicen esas miradas?
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Homenaje al personal dedicado a la enseñanza en Puno |
Julio Ramón Ribeyro. Prosas apátridas.