Llegamos caminando, con el niño a los hombros y cogidos de la mano. El colectivo al que nos habíamos subido en Puno nos dejó a trescientos metros de la frontera y, paso a paso, con el Lago Titicaca por testigo, dejábamos atrás Perú para llegar por fin a Bolivia: el hermano pobre de América latina.
En los años 80, mi padre “el viajero” preparaba en casa la sesión de diapositivas de su última escapada. Así nos enseñaba él su mundo, y así entró Bolivia por mis ojos de adolescente, vulnerables al conjuro de aquella luz altiplánica. El hechizo perduraba treinta y pico años después. A cada golpe de austeridad, a cada sorbo de su miseria y a cada bocanada de su desafortunada historia; mayor era el encantamiento que me empujaba a conocer más de aquel lugar.
El pueblo boliviano ha sido desgraciada víctima de invasiones y expolios. Hace cinco siglos, por parte de los españoles; y hace unos 100 años durante la guerra del Pacífico por parte de sus vecinos peruanos y chilenos, quienes les arrebataron lo único que les acercaba al resto del mundo: la minería en la región de Antofagasta y su línea de costa. Desprovista de salida al mar, Bolivia se vio sentenciada a un exilio interior que todavía hoy condiciona de forma determinante su existencia.
Ya llevábamos viajando ocho meses y esa era la preparación que necesitábamos para movernos por Sudamérica con paso firme pero sin plan, ni techo, ni ruta. Para que la suerte se convierta en guía, hay que librarse de dos lastres: la prisa y el prejuicio. Un día soportas la borrachera a un desconocido en una cafetería y al día siguiente te sientas a bordo en un bimotor Fairchaild cruzando los Andes siguiendo sus indicaciones para visitar a una comunidad indígena en la Amazonía. Un día te acunan los espíritus de la calle Jaén, y al par de días coronas el cerro rico de Potosí porque así te lo sugiere la dueña de aquella casa encantada. Los acontecimientos de un día son los que predisponen el futuro del día siguiente. Así sucede cuando se viaja libre: el paseo se convierte en caminata y el escalón en rampa de despegue.
La austeridad incómoda al viajero. Vivir, comer y dormir no es fácil si no se regula el umbral de tolerancia o se activan determinados filtros. Lograda la conciliación, Bolivia merece un primer puesto en el ránking de lo inolvidable. La mente es selectiva y lo malo acaba perdiendo peso en los recuerdos que por lo general sólo son buenos: aquella vaca que paseaba alegremente por la orilla de la Isla de Luna; el dependiente de aquella ferretería en Potosí que nos vendía cartuchos de dinamita al peso; la decadencia de las minas, y la realidad de aquellos chicos que empujaban resignados la vagoneta mina adentro; el columpio improvisado con lianas en la selva de Madidi; la siesta del niño en la canoa mientras ascendíamos durante horas por los ríos Beni y Tuichi; la conversación con aquel etnógrafo bajo un árbol de mango en el aeropuerto Rurrenabaque; las luces nocturnas de los cerros de la ciudad de la Paz vistas desde nuestra azotea; el brillo de los ojos de los caimanes en la laguna de Chalalan, justo donde nadábamos antes de la puesta de sol; las curiosas marcas de la sal en el mar evaporado de Uyuni; los constructores de barcos de totora en la Isla de Suriquí; los volcanes del sur, sus fumarolas y el fuerte olor a azufre; las lagunas altiplánicas salpicadas de rosa por los miles de flamencos que viven en ellas; las casas de sal y la sonrisa de Gabriela tan orgullosa de sus llamas; el amargo de la hoja de coca invadiendo los cachetes; las sopitas de Quinoa; la sensación de aislamiento en las noches heladas del desierto bajo el peso de las gruesas mantas de alpaca; la embriaguez de oxígeno al descender del altiplano; o el olor a resina de la llareta, su forma coralina y sus mil años de existencia. Nada de eso puede verse ensombrecido por lo incómodo. Ninguno de esos recuerdos puede lavarse por el desazón de ser testigo de la miseria.
Cada lugar te brinda su paquete de sensaciones. Servido el cóctel uno debe prepararse para favorecer la digestión. Reposo, paseo, debate; cualquier fórmula será la adecuada, pero únicamente después de completarse el proceso, el juicio acerca del lugar será el certero.
Nos despedimos de Bolivia con sensación agridulce. De madrugada cruzábamos la frontera sur del país tras largos días de tierra, sal y desierto. Por fin asfalto. Hacia la izquierda Argentina, y hacia la derecha Chile. Llegábamos a San Pedro de Atacama con las ansias de quien regresa a la civilización, pero con la congoja de saber que dejábamos atrás un país único, auténtico y completamente sobrecogedor.
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Comunidad Challapampa. Isla del Sol. Lago Titicaca |
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Ganadería ecología "no stress" |
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Embarcadero y totora |
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Estrecho de Tiquina. Pasajeros en lancha y guaguas...de aquella manera |
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Agricultura de subsistencia en la Isla del Sol |
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Ciudad de La Paz desde nuestra azotea en la calle Jaén. |
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Cholitas bailan en festival callejero. Mercado de la brujas. La Paz |
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Día inaugural telecabina amarilla. Apuesta aérea de Evo Morales por conectar el centro con la periferia alta de la Paz. |
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Aeródromo de Rurrenabaque. Amazonia Boliviana. |
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Parque Nacional del Madidi. Laguna de Chalalán |
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Caimán en modo caza |
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Selva - avleS |
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....a por luz |
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Atardece en el Madidi |
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Serpeinte arborícola. Adoptó esa forma para camuflarse de nosotros imitando una liana |
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Merecido descanso después de día de trekking por la selva |
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¿Indígena? |
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No hay pirañas |
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Río Tuichi. Esperando canoa para descender a Rurrenabaque. Duración de trayecto: 5 horas |
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Serere. Los polluelos tiene garras en las alas para escalar los árboles, resto de su pasado reptiliano. |
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Medio de transporte por la Laguna del Chalalán. Rutina de todas las tardes, paseo y a ver animales.... |
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Profesión: Abrazador de árboles. Así se la pasaba.... |
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Digestión = descanso |
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-10ºC bajo cero. Laguna blanca. Volcan Licancabur al fondo. Frontera entre Bolivia y Chile. |
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Laguna Cañapa. Reserva nacional Eduardo Avaroa |
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Cute hotel. Altitud: 4.500 metros. Vecinos: cero |
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Viento, piedra, arena... |
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Love the desert |
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Desierto de Dalí |
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Laguna hedionda. Aquín nidifican 3.000 flamencos |
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6 a.m. -12ºC bajo cero. 5.100m. Geyser Sol de mañana. |
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Panorámica de la Laguna colorada. El color lo infiere la larvas de Artemia salina. Un diminuto cangrejo. |
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Navegando a 4.000m rumbo a la Isla de Suriquí en busca de D. Paulino Esteban, maestro constructor de las balsas oceánicas de totora "Ra" y "Uru" |
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Maestro y aprendiz. Así se hace un barco de juncos de totora |
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Amores en la isla de Suriquí |
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...como dice mi amigo Ivan: "Chilito...Chilito...!" |
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El legado de Potosí |
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Potosí. Cuadrilla minera en busca de plata y estaño. Se estima que a lo largo de cinco siglos ocho millones de personas han muerto trabajando en la mina del Cerro Rico |
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Oswald y la escoria del cerro Rico. De aquí salió la plata que enriqueció a los españoles durante los siglos XVI y XVII |
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Territorio "Guanaco"...aquí no son Kiwis, ni canguros... |
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Rock Band. Cementerio de trenes en Uyuni |
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...aquí todo es de sal |
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7 meses antes de la foto, pasaba por el salar de Uyuni la edicion 2014 del rally Dakar |
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Sobrevolando el Salar |
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Isla 'Inca Huasi' sobre mar evaporado. |
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El salar de Uyuni es la mayor reserva mundial de Litio. El 80% del litio en el mundo se encuentra aquí. |
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Importante "Do it your self" |
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Hace 40.000 años el salar de Uyuni era el lago Minchin. Los humanos todavía no habían salido de Asia hacia América |
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Oteando |
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Llamas en el poblado de San Juan |
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¿Abeja? |
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Dakar 2014 dreaming |
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Pastoreo de llamas |
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Oswald y la Llareta. Esa masa verde es un especie de coral terrestre. Crece 1cm al año y se han encontrado especímenes de 3.000 años de edad. Es resinoso y se usa como leña para combatir el frío altiplánico. |
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Rumbo al mar |
De la profunda herida infligida nunca manó sangre desalentada que pudo conceder:
“El mar está mas lejos que una noche pasada”
En la ronda de las oscuras horas, una sangre fecunda y porfiada se empeña en repetir a cada instante:
“El mar está más cerca que mañana”
“Certeza”, de Jaime Caballero Tamayo. Inscripción en la fachada del Museo del Litoral Boliviano.